Análisis de los resultados electorales de Alemania 2021
Remodelación del centro político y un desastre para la izquierda
Traducción del artículo Breaking Down the 2021 German Federal Election publicado en Rosalux.de
Las elecciones del 26 de septiembre para la vigésima legislatura del parlamento alemán, el Bundestag, marcaron el final de los 16 años de Angela Merkel en la cancillería. Junto con su administración, termina por el momento un periodo agitado en el sistema de partidos: los socialdemócratas (SPD), los democristianos y su partido hermano bávaro, la Unión Social Cristiana (CDU/CSU) —el último “partido popular” de viejo cuño que quedaba— ya no pueden superar con facilidad el umbral del 30 por ciento y adjudicarse el papel dominante en el gobierno. El sistema de partidos alemán se ha pluralizado.
Como cabía esperar después de las recientes elecciones regionales, un partido antidemocrático, Alternativa para Alemania (AfD), consolida su posición. Por el momento, el sistema de partidos está dividido entre las fuerzas democráticas y una fuerza política que desprecia reiteradamente las reglas constitucionales para resolver conflictos políticos. Cuánto durará el cordón sanitario contra los antidemócratas es algo que está sobre todo en manos de la CDU/CSU.
En tercer lugar, la cancillería de Merkel pone fin a una década de vacilante “retorno del Estado”. En las diferentes crisis desde 2008, el Estado alemán ha actuado como una autoridad salvadora y protectora frente a las catástrofes (de origen humano) de los mercados y de la naturaleza. Desde la crisis de la Covid-19, se ha puesto de manifiesto que las instituciones públicas, es decir, el estado en cuanto tal, necesitan una modernización. La composición y el programa del nuevo gobierno decidirán cómo tendrá lugar la transformación hacia el “capitalismo verde”: ¿con plena confianza en las fuerzas “desencadenadas” del mercado, o impulsada por las inversiones y las regulaciones impuestas por un estado democrático modernizado? Los resultados de las elecciones muestran que la población no ha respaldado de manera clara ningún camino a este respecto.
Es probable que el nuevo gobierno federal esté compuesto de tres partidos: SPD, los verdes y el Partido Liberal (FPD) o cuatro, si añadimos a la CDU/CSU. El candidato a canciller de la CDU, Armin Laschet, ya señaló en la noche electoral que nuevos modelos como el “austríaco” (una coalición entre conservadores y los verdes) podrían cobrar importancia. Después de la era Merkel se reorganizará el equilibrio de poder en Alemania. La transformación hacia un sistema multipartidista con tres partidos que obtienen el 15-25 por ciento y varios partidos con el 5-10 por ciento parece haberse consumado (lo que no excluye la posibilidad de que entren nuevos partidos y los viejos desaparezcan). La flexibilidad y la volatilidad entre el electorado alemán continúa aumentando.
Participación electoral y circunstancias únicas
La participación electoral fue ligeramente superior que en 2017. Como cabía esperar, los resultados abiertos que ofrecían las encuestas impulsaron la participación. El SPD en particular parece haber logrado la movilización de abstencionistas. Hubo colas de espera más largas en algunos colegios electorales —a pesar de un porcentaje históricamente alto de votos por correo.
Las circunstancias en las que los votantes decidieron sobre la composición del Bundestag eran, por diversos motivos, muy distintas respecto a elecciones anteriores. Desde luego, una particularidad venía de la pandemia actual y de la persistencia de las normas anti-Covid, que han suspendido todas las rutinas cotidianas y han favorecido el aislamiento social. Después de la tercera ola, el anhelo de estabilidad y seguridad es generalizado en Alemania. Muchas personas tienen dificultades para volver a la normalidad y es posible que hayan vivido la campaña como “un evento distante y abstracto”, en palabras de Stephan Grünewald del Rheingold Institute.
Estas elecciones han estado marcadas por una serie de circunstancias únicas:
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La canciller en funciones no aspiró a la reelección. De este modo, quedaba claro, al menos en lo que atañe a las personas, que era necesario un nuevo comienzo. Por eso en las elecciones se trataba también de ver cuál sería la magnitud de ese “nuevo comienzo”.
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Por primera vez, no dos sino tres personas competían por la cancillería. Annalena Baerbock de los Verdes era la única procedente de la oposición, mientras que los otros dos candidatos, Olaf Scholz (SPD) y Armin Laschet (CDU), representaban a la coalición que ha gobernado Alemania durante los últimos ocho años.
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En las semanas previas a las elecciones, ningún partido encabezaba claramente los sondeos. Por primera vez desde 2005, era imposible predecir quién iba a ganar. Esto reflejaba un cambio en el sistema de partidos.
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Por primera vez en la historia desde la posguerra, un tripartito se consideró la forma de gobierno más probable que saldría de las elecciones. Cuatro coaliciones, ya ensayadas y comprobadas en los estados federales, parecían posibles: La gran coalición, de SPD y CDU; la coalición Jamaica, de CDU, los Verdes y los liberales del FPD; la coalición semáforo, con SPD, Verdes y FPD; y la coalición Kenia, con SPD, CDU y Verdes.
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Dado el número de opciones, cambió el carácter de la convocatoria: las elecciones decidirían la composición del Bundestag, pero no el próximo gobierno. Quién gobernará el país lo decidirán los partidos y los grupos parlamentarios. Esto refuerza un aspecto de la democracia parlamentaria que el presidente federal se sintió obligado a resaltar después de las últimas elecciones: los partidos tienen la obligación de formar un gobierno después del día de las elecciones.
Una reorganización del centro
Los democristianos y sus homólogos bávaros han obtenido el peor resultado de su historia. La CDU cayó por debajo del 20 por ciento (18,9 por ciento); la CSU superó apenas el umbral para entrar en el parlamento (5,2 por ciento) y en el total perdió frente al SPD por primera vez desde 2002. La CDU/CSU no solo eligió un candidato a la cancillería que no fue capaz de arrastrar tras de sí al partido, sino que en los últimos meses y años también han sufrido pérdidas considerables en lo que atañe a la valoración de su competencia política por parte del electorado.
Sin embargo, sus resultados electorales superaron las previsiones —debido probablemente a la movilización de su base electoral, atemorizada por la posibilidad de un “giro a la izquierda”. Al haberlo impedido, la dirección del partido se atribuyó la victoria en la noche electoral. Sin embargo, pasaron por alto el hecho de que para formar una mayoría parlamentaria contra un gobierno de centro izquierda encabezado por el SPD junto a los Verdes y Die Linke iban a necesitar sumar a parlamentarios de AfD. Esto muestra que había también un mensaje oculto en la noche electoral: si se trata de derrotar a los “rojos”, la CDU está dispuesta incluso a colaborar con la ultraderecha de AfD.
La CDU/CSU podría conservar la cancillería si consigue llegar a acuerdos con los Verdes y el FDP para formar un gobierno. El regreso a la cancillería también es necesario para aplacar suficientemente los conflictos internos, que no han dejado de salir a la luz una y otra vez desde las anteriores elecciones al Bundestag, y al menos posponer una mayor desintegración del partido. Por otra parte, en la oposición se volvería inevitable el estallido de un conflicto sobre su futura dirección estratégica.
El SPD es el vencedor de estas elecciones. Olaf Scholz puede reclamar la cancillería e intentar formar un gobierno de mayoría. Lo sorprendente del éxito electoral —si lo comparamos con las tres elecciones anteriores— es la coherencia y la unidad con la que el SPD puso en práctica su estrategia electoral. En los estados del Este, el SPD está claramente por delante de la CDU. En Brandenburgo consiguió su mejor resultado con el 29,5 por ciento. Es el segundo partido después de AfD en Turingia, con el 23,4 por ciento, y en Sajonia con el 19,3 por ciento.
El SPD adoptó desde el principio una estrategia electoral palpablemente ofensiva, que mantuvo contra todas las predicciones de desastre y escarnio público. Cuando Olaf Scholz fue anunciado como candidato a canciller hace más de un año, en las encuestas el SPD estaba muy por detrás de CDU/CSU y los Verdes. Muchos se preguntaron: ¿Por qué el partido necesitaba un candidato a canciller, salvo para satisfacer su propio ego? ¿Con quién podría formar gobierno Scholz? Pero el SPD era el único partido que comprendió desde un primer momento el significado de la renuncia de Angela Merkel. Como escribí en septiembre del año pasado: “si el SPD quiere crecer y conseguir realmente la cancillería, tiene que atraer a los votantes que prefieren votar a Scholz antes que a la CDU”
El hecho de que otras crisis —las inundaciones, los incendios forestales y la retirada de Afganistán— fueran tan virulentas podría haber reforzado la trayectoria ascendente del “canciller casi en funciones”. Políticamente, Olaf Scholz contaba con la recuperación de votantes socialdemócratas que votaban por Merkel con tres temas que eran concretos y además podían servir como una pantalla para todo tipo de proyecciones: “respeto” y “dignidad” para la gente trabajadora; un aumento considerable del salario mínimo junto con subidas moderadas de impuestos para las personas que “ganan lo mismo que yo o más” y una política industrial compatible con el clima.
Qué puede conseguir el SPD y bajo qué constelación política, qué defiende “verdaderamente” Olaf Scholz es algo discutible. Sin embargo, lo indiscutible es que ha conseguido dar al SPD lo que su partido necesitaba acuciantemente después de una larga fase de declive: la imagen de ser capaces de ganar y adoptar de nuevo decisiones estratégicas. Habrá que ver cuánto durará esa imagen después de las elecciones.
Los Verdes pueden celebrar un éxito electoral histórico —sus mejores resultados en unas elecciones generales— aunque quedaron muy por debajo de las expectativas alumbradas por encuestas muy favorables hasta principios del verano. Con toda probabilidad formarán parte del nuevo gobierno federal —y podrían tener que lidiar con Christian Linder como ministro de economía, que no sólo se ha comprometido a mantener el “cero en negro” [schwarzen Null], es decir, el superávit presupuestario, sin subir impuestos, sino que tiene también una concepción completamente diferente del papel del estado en la vida pública.
Durante mucho tiempo los Verdes encabezaron las encuestas. Al mismo tiempo, la experiencia ha demostrado que cuanto más se acerca la fecha de las elecciones, más votantes se preguntan si de veras desean los cambios que proponen los Verdes y el modo en que piensan llevarlos a cabo. Los Verdes, con su imagen de partido del medio ambiente y del clima, han contribuido a crear una buena atmósfera política en varias ocasiones, pero cuando llegaba el momento de apostar por sus medidas, los índices de aprobación menguaban. Si hemos de creernos las encuestas, no son los votantes jóvenes, sino los mayores, los que tienden a preferir la transformación más suave al capitalismo verde con la CDU o el SPD.
Las encuestas indican que una clara mayoría de la población está abierta al cambio en lo que atañe a las políticas sobre el clima —en distintos grados, sin duda. Pero lo que resulta abrumador e inquietante para muchos hay la impresión de que, como consumidores y ciudadanos, les toca hacerse responsables por sí solos de evitar la catástrofe climática. Por encima de las diferencias políticas entre partidos, todos han hablado de responsabilidad personal en muchas áreas de la sociedad durante décadas. El miedo a verse empujados a una espiral abrumadora por las políticas de los Verdes lleva a muchas personas, cuya actitud política es más o menos favorable a las políticas contra el cambio climático y verdes, a dar su voto a otras opciones.
Consolidación en la derecha, catástrofe en la izquierda
Die Linke obtuvo un resultado desastroso. Lejos de su objetivo de conseguir un resultado de dos dígitos y participar en el gobierno, con un 4,9 por ciento no consiguió superar el umbral para entrar en el parlamento y perdió más de 2 millones de votos, casi la mitad de los que obtuvo en 2017. De nuevo, prácticamente la mitad de los votos perdidos fueron a sus dos socios de coalición preferentes, el SPD y los Verdes, según las estimaciones preliminares de Infratest dimap. Sin embargo, como el partido consiguió mantener los tres mandatos directos en Leipzig (Sören Pellmann) y Berlín (Gesine Lötzsch y Gregor Gysi), entrará a pesar de todo en el Bundestag con un grupo y previsiblemente con derechos parlamentarios limitados gracias a la Cláusula del mandato básico de la ley electoral. Ello ha permitido evitar el peor de los escenarios.
En los cinco estados federales del este, Die Linke solo ha conseguido resultados de dos dígitos en Turingia (11,4 por ciento) y Mecklemburgo-Pomerania occidental (11,1 por ciento). En Brandenburgo, con un 8,5 por ciento, queda incluso por detrás de los Verdes (9,0 por ciento). La media en los cinco estados ha alcanzado solo el 9,8 por ciento.
Cabe esperar duras luchas intestinas sobre la dirección futura del partido. A primera vista, pueden aducirse las flaquezas tácticas como motivos del resultado electoral. En realidad, esas flaquezas tácticas electorales son solo la consecuencia de problemas más profundos y de flaquezas estratégicas persistentes. Al igual que la CDU, Die Linke tampoco fue capaz de cambiar su dirección a tiempo para las elecciones debido a la pandemia. Como consecuencia de ello, la nueva dirección del partido apenas tuvo tiempo para marcar sus propias ideas y hacerse notar.
Desde la caída del gobierno en minoría de Hannelore Kraft en Renania del Norte-Westfalia y la incapacidad de Die Linke (La Izquierda) de ganar después la reelección al parlamento del estado en 2012, el partido ha tenido que asumir la tarea de desarrollar una estrategia digna de ese nombre. Las estrategias apuntan a horizontes temporales a medio plazo, es decir, más de una legislatura. Incluyen promesas electorales en general, principios políticos normativos, respuestas a preguntas sobre el papel que deberían desempeñar la maximización del voto y/o el poder de negociación política, así como qué promesas electorales pueden cumplirse habida cuenta de la relación de fuerzas entre los diferentes partidos. Es probable que tales consideraciones no falten en Die Linke —antes, al contrario. Sin embargo, lo que falta es un centro estratégico que pueda unir a los activistas del partido en torno a una estrategia que les permita convencer al electorado para que apoyen el programa del partido. Esta es la tarea que la dirección del partido tendrá que llevar a cabo en los próximos dos años: reconocer y superar los “errores de los últimos años” y “renovar el partido”, tal y como afirmó el pasado domingo la copresidenta del partido Susanne Hennig-Wellsow.
Los Demócratas libres (FDP) entran en el nuevo Bundestag con un sólido resultado de dos dígitos. De nuevo, deben su victoria a una campaña centrada en el líder del partido, Christian Lindner. Resulta sorprendente que el electorado atribuya al partido una competencia considerable en lo que atañe a la “digitalización”, sobre todo entre los votantes jóvenes (varones). Al mismo tiempo, en los últimos años ha surgido una pequeña “ala” social liberal como antítesis de la concepción del estado y de la libertad que defiende Christian Lindner: el estado como un monstruo democrático que tiene que ser restringido y domesticado.
El FDP consiguió presentarse como un crítico moderado de las medidas contra la pandemia en nombre de los derechos civiles. De este modo, se colocaba en un terreno intermedio entre los derechos civiles liberal democráticos y el menosprecio libertario del Estado, que considera toda actividad estatal como una amenaza a las libertades de los “cowboys” del libre mercado. Sin embargo, por encima de todo el FDP se benefició de la debilidad de la CDU/CSU y de la fuerza del SPD: la CDU/CSU dejó de parecer lo suficientemente fuerte como para conseguir la cancillería en una alianza de dos partidos (con los Verdes), mientras que el SPD se reforzó lo bastante en las encuestas como para conseguir la cancillería en una alianza tripartita. En ambos casos, el FDP desempeñaría un papel central: junto con los Verdes, podría hacer a Armin Laschet canciller e impedir un “gobierno de izquierda” encabezado por Olaf Scholz. El partido del libre mercado no había conseguido tanta importancia en vísperas de unas elecciones desde hace mucho tiempo. Lindner alimentó esa importancia al manifestar su ambición de ocupar el cargo de ministro de economía. En 2021, es mejor gobernar mal que no gobernar.
Aún con cierta disminución en los apoyos, el AfD entra en el Bundestag por segunda vez. Probablemente dejará de ser el principal partido de la oposición (salvo que el SPD y la CDU formen de nuevo una coalición). En Turingia, donde la dirección del partido la encabeza el extremista de ultraderecha Björn Höcke, se ha convertido en el partido más fuerte con el 24 por ciento (y 5 escaños directos), así como en Sajonia con el 24,6 por ciento (y diez mandatos directos). En los otros tres estados alemanes, sus resultados oscilaron entre el 18 por ciento y el 19,6 por ciento.
Los resultados de AfD —junto con los resultados de las elecciones del estado, que en su conjunto se han traducido en un regreso al parlamento con algo menos de fuerza— muestran que el partido se ha consolidado en el sistema de partidos y ha conseguido construir una base electoral. Esta base electoral parece estar relacionada en muchas regiones del país con la formación de sus propios ambientes políticos que, aislándose del flujo de información social y del debate público, han creado sus propios canales de información, sus convicciones de grupo y sus propias realidades. Después de las elecciones al Bundestag, el partido decidirá su trayectoria futura: la transformación en un partido parlamentario que intente formar parte del bloque conservador, o continuar como un partido movimiento que usa toda protesta emergente contra las políticas del estado como una oportunidad para la radicalización y la hostilidad frente a la democracia.
¿Cuáles han sido las principales preocupaciones del electorado?
Cuando en la jornada electoral se preguntó al electorado qué era lo que “más les preocupaba”, se les mostraron una serie de temas que a grandes rasgos correspondían a las divisiones entre partidos políticos: la preocupación porque están llegando muchos extranjeros a Alemania fue compartida por partidarios de FDP y de AfD; la preocupación porque el Islam tiene demasiada influencia era compartida por la mayoría de votantes de AfD, algo menos por el FDP y CDU/CSU y también hasta cierto punto por el electorado del SPD. La preocupación por las condiciones de vida se concentraba entre el electorado de AfD, al igual que la preocupación porque Alemania está cambiando demasiado. La preocupación por las consecuencias del cambio climático era compartida por todos los partidarios de Die Linke hasta la CDU, y también predominaba ligeramente entre el FDP, pero ya no entre los partidarios de AfD.
A pesar de todos los debates sobre la división social, la brecha creciente entre ricos y pobres y la amenaza que supone para el centro social, una mayoría de votantes pensaba que las cosas eran “más justas” que injustas en Alemania. Más de dos tercios de los partidarios de la CDU/CSU, los Verdes y el FDP eran de esta opinión, junto con una ligera mayoría de partidarios del SPD. Solo los partidarios de Die Linke y de AfD ven las cosas de manera radicalmente diferente. Por lo tanto, un futuro gobierno federal, ya esté encabezado por el SPD o la CDU, sería un gobierno cuyos partidarios consideran que el orden social existente es “bastante justo”.
La situación es diferente en lo que atañe a la distribución de la riqueza (económica). A este respecto, el 77 por ciento de las personas encuestadas y entre el 57 por ciento de los partidarios de CDU/CSU y el 96 de los partidarios de Die Linke dicen que la riqueza no está distribuida equitativamente. ¿Cómo es posible que solo el 45 por ciento de las personas encuestadas (o el 19 por ciento de partidarios de la CDU/CSU) piensen que al fin y al cabo las cosas son bastante injustas en Alemania, pero al mismo tiempo el 77 por ciento (y el 57 por cien de partidarios de la CDU/CSU) digan que la riqueza está distribuida injustamente? La distribución injusta de la riqueza no pone en entredicho necesariamente la idea de que el orden social en su conjunto es justo (y por ende legítimo).
Estas aparentes contradicciones en la conciencia cotidiana continúan cuando se pregunta a las personas encuestadas si les gustaría que hubiera para el futuro del país “algunas correcciones de rumbo” (51 por ciento), un “cambio en profundidad” (40 por ciento), o “que todo se quede como está en lo fundamental” (6 por ciento). Aunque un 21 por ciento más de personas encuestadas respecto a 2017 querría ver un “cambio en profundidad”, la cifra es aproximadamente la misma que en 1998 y 2009, pero más baja que en 2005. En la actualidad, el deseo de un cambio en profundidad está sumamente polarizado en función de las líneas de los partidos políticos: los partidarios de Die Linke, los Verdes y AfD querrían que tuviera lugar ese cambio en dos tercios o más, y solo una minoría de partidarios en los demás partidos.
Sin embargo, los motivos de la decisión electoral no han de encontrarse necesariamente en esas opiniones, preocupaciones y deseos. Según Infratest, el 48 por ciento del electorado del SPD dice que sin Olaf Scholz no hubieran votado por el SPD. Esto se corresponde a grandes rasgos con las cifras de las encuestas a finales de 2020 / comienzos de 2021.
¿Qué viene a continuación?
Con independencia de quien termine formando el próximo gobierno en Alemania, tendrá que lidiar con una serie de asuntos políticos que fueron tratados más o menos como elefantes en la habitación durante la campaña electoral:
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Refugiados y migración: la inmigración de trabajadores (cualificados), su integración y su estatuto legal están abriéndose camino en la agenda política en relación a la estructura de edad de la fuerza de trabajo interna, la inmigración en el mercado de trabajo y la política sobre los refugiados que no ha encontrado solución.
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La democracia como un modo de vida: el tono cada vez más bronco de la vida política cotidiana y las amenazas a los políticos locales que llegan hasta los llamamientos al asesinato y a la comisión efectiva de asesinatos ponen en peligro la resolución democrática de los conflictos en la sociedad y, junto a las burbujas de comunicación identitarias, promueven la exclusión mutua en lugar del compromiso.
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El futuro de las pensiones y la financiación del estado de bienestar: la generación del baby boom acaba de empezar a jubilarse. En conexión con la digitalización ulterior del mundo del trabajo, por un lado, y la política sobre el clima, por otro lado, los conflictos en torno al eje temporal “para hoy / para pasado mañana” pasarán a ocupar el primer plano. Dicho de otra manera, en los próximos diez años será necesario convencer sobre proyectos políticos a cada vez más ciudadanos que no llegarán a ver sus frutos.
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Europa y la UE como marco de la acción: está realmente fuera de discusión que tareas centrales tales como los refugiados y las migraciones, la energía y la política sobre el clima, así como la infraestructura pública (digital) solo pueden ser abordados dentro de un marco europeo. Sin embargo, los asuntos centrales en el desarrollo ulterior de la Unión europea —una comunidad de inversiones, una unión fiscal, una política europea para la negociación colectiva, etc.— se evitaron durante la campaña electoral.
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Política exterior alemana: el debate sobre las enseñanzas que hay que sacar de la guerra de la OTAN en Afganistán (con un mandato de la ONU) con la participación alemana quedó postergado, aunque es obvio que Estados Unidos mantendrá su cambio de actitud hacia la OTAN, comenzada con Obama y reforzada con Trump así como por el nuevo presidente Biden. ¿Qué significa esto para el papel de Alemania en el mundo y para la estrategia de política exterior europea?
El próximo gobierno tendrá que enfrentarse a la tarea de poner en marcha grandes iniciativas en cuatro años que tendrán un enorme impacto sobre las condiciones de la vida en 20 o 30 años y más allá. Aunque esas tareas se aborden con valentía, nada indica que la balanza del poder político se estabilice bajo condiciones de transformación tan intensa. A decir verdad, es muy posible que el próximo gobierno sea tan solo un gobierno transitorio.
Horst Kahrs es investigador sobre clase y estructura social en el Instituto de análisis social crítico de la Fundación Rosa Luxemburg.