Parece que ha llegado el cambio a Alemania, pero ¿en qué medida y en qué dirección?
El «cambio gradual» de la nueva coalición semáforo
El resultado de las elecciones parlamentarias en Alemania imprime movimiento a su sistema político. El 24 de noviembre, los socialdemócratas (SPD), los ecologistas (Grüne) y los liberales (FDP) presentaron su acuerdo de coalición para la formación de un Gobierno conjunto. En el nuevo Parlamento, no existe ninguna fuerza política dominante con más de un tercio de los escaños y que, por tanto, pueda impedir por sí sola cualquier modificación de la ley fundamental alemana (su Constitución).
El partido antidemocrático Alternativa para Alemania (AfD) ha conseguido hacerse un hueco en el sistema parlamentario. LA IZQUIERDA (DIE LINKE) sufre las consecuencias del umbral electoral, aunque consigue entrar al Parlamento por la puerta de atrás gracias a sus tres mandatos directos y, como muchos votos se dirigieron a «otros partidos», ha llegado incluso a conseguir, con sus 39 diputados, formar grupo parlamentario. En general, con estos resultados electorales, los ciudadanos han transmitido su deseo de un «cambio gradual».
Los problemas acumulados y el deseo de un «nuevo comienzo»
En los últimos años del Gobierno de Merkel, se fueron acumulando muchos problemas por la imposición del freno del endeudamiento y del «límite presupuestario». En muchos rincones de la infraestructura pública, puede verse hasta qué punto ha sufrido el país esos recortes. El estado de las escuelas, del transporte y de la digitalización en beneficio de la ciudadanía es lamentable. Durante la pandemia, Alemania se puso en evidencia cuando se hizo público que las autoridades sanitarias utilizaban el fax para la transmisión de datos. Sin embargo, muchas otras cosas están funcionando bastante bien: queda demostrado que podrían movilizarse fácilmente cientos de miles de millones de euros para mitigar las consecuencias económicas y sociales de la pandemia.
Las elecciones parlamentarias en Alemania tuvieron lugar en este ambiente tan ambivalente: más del 60 por ciento de los alemanes participantes en una encuesta representativa consideraron que sería «bueno» que el Gobierno federal cambiara de manos en Berlín; la cifra más alta desde principios de los años noventa. Dos tercios de los encuestados opinaban que «la mayoría de los ciudadanos alemanes» desearía que el próximo Gobierno federal «hiciera políticas significativamente diferentes en muchas áreas».
Más de la mitad de los encuestados nombró los siguientes ámbitos políticos en los cuales sería deseable un «nuevo rumbo político»: «protección del medioambiente y del clima», «política de refugiados e integración», «pensiones», «educación», «lucha contra la pandemia del coronavirus» y «vivienda y mercado inmobiliario»; algo menos de la mitad también mencionó los temas de «sanidad», «asuntos sociales y seguridad social» y «digitalización». Entre los menores de 30 años, la «digitalización», la «educación» y la «protección del medioambiente y del clima» ocuparon los primeros puestos de la lista, mientras que entre los mayores de 60 años estos puestos los ocuparon las «pensiones» y la «política de refugiados e integración».
En las circunstancias de la pandemia, se hizo especialmente evidente lo que no funciona en la vida cotidiana, aunque otras catástrofes provocadas por el hombre también contribuyeron a la sensación de que las cosas no podían seguir así. Sin embargo, había ideas claramente diferentes sobre dónde era más urgente el cambio, en función de la edad, región, origen y orientación política. Es evidente que se han pluralizado las perspectivas desde las que se contemplan las condiciones sociales y se forman y formulan los intereses, demandas y deseos de la política. Esto queda reflejado en los resultados electorales: por primera vez, ningún partido recibió más de un cuarto de los votos.
Ante la pregunta de qué es lo que «más ha influido en mi decisión electoral», los encuestados respondieron de forma diferente: un 28 por ciento mencionó «la seguridad social», mientras que «el medioambiente y el clima» y «la economía y el trabajo» obtuvieron un 22 por ciento de las respuestas cada uno. Muy por detrás, se situó la «gestión del coronavirus» (6 por ciento); el 22 por ciento restante se distribuyó entre otros temas como «impuestos y finanzas» (cuestión importante para los votantes del FDP), «Europa y política internacional» (importante para los votantes de los democristianos [CDU]) o «inmigración» (importante para los votantes de la AfD). Apenas existe ningún tema en el que se reconozca una clara mayoría a favor de una determinada dirección política de ese «nuevo comienzo».
Existe una conciencia generalizada de que el cambio climático y la próxima etapa de la digitalización exigirán grandes cambios en los ámbitos laborales y empresariales, en el consumo y en los estilos de vida. Algo debe y tiene que cambiar, pero estos cambios deben ser manejables y predecibles con respecto a la planificación y a la propia vida cotidiana.
Las condiciones de vida deben permanecer estables durante esa transformación y, después de todas las medidas provocadas por el coronavirus, debe volver a haber fiabilidad en la vida cotidiana. También se espera «fiabilidad» por parte de los que gobernarán en el futuro: es importante tener la seguridad, dentro de lo razonable, de que los dirigentes saben lo que están haciendo y cómo van a afrontar las crisis inesperadas. Los partidos y los responsables políticos se consideran fiables cuando sus opiniones están bien fundamentadas, demuestran unidad y determinación, y su mensaje se representa, de forma creíble, por medio de personas que hablan transmitiendo confianza en nombre del partido.
Ganadores y perdedores
El SPD ganó las elecciones porque aprendió de sus derrotas anteriores. Con la elección de los nuevos líderes del partido, Saskia Esken y Norbert Walter-Borjans, se enterró simbólicamente la política de la agenda de 2010. Con Olaf Scholz como candidato a la Cancillería, se estableció la unidad del partido y se fijó como objetivo la situación especial de estas elecciones: si la titular del cargo no se presentara de nuevo, habría sin duda un nuevo comienzo en lo que a figuras políticas se refiere. Scholz recuperó a los votantes socialdemócratas de Merkel, consiguió demostrar que podía hacer frente a las crisis y se le consideraba como un hombre que no se embarcaría en ninguna aventura política.
El SPD se vio favorecido por el hecho de que la CDU y la CSU parecían políticamente desorientadas y divididas, y de que parecían más preocupadas por enemistades personales internas. Los partidos que ganaron fueron los que estaban política y personalmente «unidos» y representaban posiciones importantes; es decir, SPD, los ecologistas y FDP. Los cuatro partidos perdedores —CDU, CSU, AfD y DIE LINKE— parecían divididos y poco claros en cuanto a sus representantes y, en parte también, en cuanto a su contenido.
La próxima «coalición semáforo» de SPD, los ecologistas y FDP tiene que ser capaz de aunar preocupaciones diferentes y opuestas que han sido decisivas en estas elecciones: seguridad social, una política más decidida en materia de cambio climático, una política financiera y fiscal centrada en el estado de bienestar, la regulación del mercado y la política reguladora (socioecológica). El primer año de gobierno mostrará si esto se traduce en una alianza puramente de conveniencia para la legislatura o en un proyecto de transformación política para 2030 que reúna diferentes intereses e ideas sobre el Estado y la sociedad, con objeto de formar —a partir de los puntos comunes de los tres partidos— una «atmósfera optimista desde el centro político» y un «centro progresista».
Las perspectivas no son malas: por primera vez, el Consejo de Expertos Evaluadores para el Desarrollo Macroeconómico de Alemania dejó de presentarse como el refugio de los dogmas neoliberales: el Estado debe invertir más en educación, digitalización y protección del clima. Endeudarse para ello tiene sentido económico y existen formas de solucionar el retraso de las inversiones más allá del freno del endeudamiento.
La Federación de Industrias Alemanas ha propuesto un amplio programa para descarbonizar el capital tecnológico y ha reactivado la alianza empresarial con el sindicato de la metalurgia IG Metall, con objeto de cimentar el camino hacia un capitalismo ecológico. Las tecnologías respetuosas con el medioambiente se consideran el futuro del modelo económico alemán para las exportaciones. Sin embargo, mientras no se cuestione este modelo económico de (crecientes) excedentes de exportación, seguirá existiendo un desequilibrio socioeconómico: la infrafinanciación de los servicios sociales públicos, reflejada tanto en su mala dotación y las estresantes condiciones laborales como en unos salarios predominantemente inferiores a la media. Asimismo, se está perfilando un fatal conservadurismo estructural del estado de bienestar.
En vista de la evolución demográfica, de los cambios en el mundo del trabajo y de la pluralización de los modelos de vida, debería producirse finalmente un avance político hacia la consecución de un seguro laboral en el mundo del trabajo, un seguro ciudadano para el acceso a la asistencia sanitaria y una ampliación de los bienes públicos de fácil acceso para amortiguar las previsibles consecuencias sociales de una descarbonización de la economía y para distribuir las cargas de forma justa. De lo contrario, crecerán las protestas y reticencias del pasado.
El primer signo de estas protestas lo encarna la AfD. En poco tiempo, ha conseguido establecer fuertes lazos ideológicos entre gran parte de su electorado, que se caracteriza por disponer de sus propios medios de información, públicos parciales, así como sus propias «verdades» y opiniones sobre el sistema político. Por tanto, parece probable que el partido pueda, como mínimo, mantenerse en las siguientes dos elecciones al Parlamento alemán.
¿Y el partido de la anterior canciller? La CDU se enfrenta a importantes decisiones en materia de personal y de programas políticos. No queda nada claro cómo va a aguantar el tipo el conservadurismo moderno —que se adapta a los cambios sociales en la medida en que hacerlo sea necesario para poder obtener mayorías— sin el empujón y derribo de ningún partido de derecha radical, tal y como ha ocurrido históricamente y ha sucedido en otros países de Europa Occidental.
DIE LINKE entra en modo supervivencia
DIE LINKE ha sufrido una debacle política. El fracaso no se produjo de la noche a la mañana, sino que llevaba años gestándose desde una perspectiva programática y estratégica. En esencia, se trata de un fracaso en su transformación del exitoso movimiento antineoliberal de los años 2005-2010 a un partido del socialismo democrático. En sus primeros años, el partido aglutinó a diferentes medios políticos y sociales que se mostraban en contra de la política del estado de bienestar del SPD, que a duras penas pudieron acordar un programa básico común. De ahí no surgió ningún centro estratégico ni político, sino un frágil equilibrio entre diferentes medios y corrientes.
Cuando las cuestiones del estado de bienestar dejaron de ser el centro de atención para la sociedad, para dejar paso primero a la política de refugiados e integración y después a la política medioambiental y climática y a la pandemia, emergieron claramente las diferentes orientaciones políticas, representadas en cada caso por personas destacadas, y la imagen pública del partido denotaba cada vez más división, falta de credibilidad y fiabilidad.
Cuando, por primera vez desde 2005, quedó abierta la candidatura a la Cancillería, DIE LINKE pagó un alto precio por no adaptarse a los cambios en el entorno político. En la política electoral, cuando el deseo de tener razón supera al deseo de materializar proyectos, las buenas ideas en áreas políticas individuales no sirven de nada si estas no se acompañan de una narrativa general de hacia dónde y en función de qué orden debe cambiar la sociedad, cuando las fuerzas externas de siempre —en calidad de potenciales socios de una coalición— no saben quién está representando al partido de forma fiable.
Los tiempos en los que el SPD y los ecologistas cosechaban éxitos electorales como en un taller de reparaciones se han acabado por ahora; el futuro no puede construirse sobre su incierto regreso. Los socialdemócratas y ecologistas decepcionados siguen siendo socialdemócratas y ecologistas. Anclarse en movimientos sociales de izquierda no garantiza el voto en las urnas y, en cualquier caso, solo refleja una pequeña parte activa del electorado.
Es necesario encontrar una respuesta a la siguiente pregunta: ¿Por qué es necesario un partido de socialismo democrático en Alemania? Porque lo que está en juego es la igualdad para todas las personas: igualdad de derechos sociales y democráticos y de las oportunidades para ejercerlos, creación de igualdad de oportunidades sin tener en cuenta el origen social, igualdad de oportunidades para participar en la vida social y política, igualdad de salarios y derechos en la vida laboral y la posibilidad de participar activamente en la transformación socioecológica. Deben combatirse con decisión todos los obstáculos sistémicos que se interpongan en esta reivindicación de igualdad en las escuelas, las autoridades, las instituciones y las estructuras sociales y económicas. Desde esta perspectiva de la sociedad y de las cuestiones políticas, en el marco de la competencia entre partidos en una sociedad plural, se podría hacer una propuesta única, que podría ser atractiva para diferentes grupos de interés.
La idea de una sociedad de iguales y libres incluye necesariamente la cooperación. Esto es de vital importancia en tiempos de amenazas globales que solo pueden ser tratadas de manera global. Así, la resistencia a una descarbonización nacional de la economía aumentará en la medida en que esta no se inscriba en una cooperación coordinada a nivel europeo y, en última instancia, mundial.
Horst Kahrs es un experto en ciencias sociales que trabaja en temas relacionados con las clases y la estructura social, la democracia y las elecciones, para el Instituto de Análisis Sociales de la Rosa Luxemburg-Stiftung.