Cuarto menguante en la izquierda portuguesa
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La sorpresiva mayoría absoluta de Antonio Costa da manos libres al Partido Socialista (PS) y relega a los partidos de izquierda a una estrategia de resistencia.
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Bloco y Partido Comunista Portugués suman el 9% de los votos, tras haber perdido 350.000 votos.
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El voto útil por el crecimiento de la extrema derecha, que se quedó en el 7% logrando 12 escaños, o la culpabilización por las elecciones anticipadas, son algunas de las hipótesis de la caída de los partidos de izquierda en favor de los socialdemócratas.
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Los liberales, que captan electorado joven en Oporto y Lisboa, abogan por las privatizaciones y reducir el tamaño del Estado.
Contraviniendo todos los pronósticos, el Partido Socialista de Portugal (PS) logró la mayoría absoluta en las elecciones legislativas del pasado 30 de enero. Fue una victoria sin paliativos, en todas las circunscripciones electorales del país, a excepción de la isla de Madeira, que permitirán al primer ministro, Antonio Costa, completar un ciclo en el poder de 10 años. Ahora, por primera vez, con las manos libres a izquierda y derecha.
El resultado del escrutinio difirió ostensiblemente del que venían anunciando las encuestas, que arrojaban un escenario de empate a derecha e izquierda. Los sondeos decían que tanto el PS como el Partido Social Demócrata (PSD, centro derecha), el principal partido de la oposición, podían ganar las elecciones, pero uno y otro habrían de pactar con partidos de su arco ideológico para poder gobernar. Ahora, tras los comicios, los portugueses se preguntan si fueron las encuestas las que fallaron o si, por el contrario, los resultados ajustados que predecían causaron un corrimiento de votos de última hora. La participación electoral, que llevaba bajando sin descanso desde 2005, se recuperó hasta el 58%.
Hay varias explicaciones, alternativas o complementarias, que circulan estos días entre los analistas lusos. Puede que la posibilidad de un gobierno de derechas que dependiese del apoyo parlamentario de Chega, la vociferante versión portuguesa de la derecha radical populista, hiciese concentrar el voto de izquierdas en el PS en detrimento de los partidos con los que desde 2015 había sostenido la ‘geringonça’. El Partido Comunista Portugués (PCP) y el Bloco de Esquerda bajan conjuntamente, en ese sentido, casi tantos votos, 350.000, como los 380.000 que suben los socialistas.
Otra explicación es que el electorado haya culpado a PCP y Bloco del fracaso de los presupuestos para 2022. Las cuentas que propuso el gobierno del PS no contentaron a sus socios, muy críticos con que tras seis años de gobierno socialista no se hayan derogado los recortes laborales que impuso la troika tras la crisis financiera. O sean cicateros en el apuntalamiento del Servicio Nacional de Salud, uno de los pilares de la sociedad portuguesa, levantado prácticamente de cero a partir de la revolución de 1974, pero con claros problemas de financiación hoy en día.
A la diferencia de velocidades, entre la prudencia socialista, siempre pendiente del visto bueno de la Comisión Europea, y la ambición a su izquierda, deseosa de devolver a los trabajadores de a pie los derechos sustraídos de un plumazo hace una década, se le suman los movimientos tácticos no confesados. Puede que el PS quisiese tener las manos libres para gestionar los fondos europeos de reconstrucción, que se anuncian como el gran maná, sin perder el apoyo del gran empresariado. También cabe que PCP y sobre todo el Bloco, con un electorado más cercano a los socialistas, deseasen afirmar su perfil propio para no verse desplazados por el partido de gobierno. Sus dirigentes se quejaron repetidamente durante los últimos dos años de que el PS votaba con el PSD en la asamblea para rechazar las propuestas más ambiciosas de las formaciones de izquierda.
El caso es que el PS ha ganado de forma incontestable y ya se dispone a aplicar su programa, que consiste precisamente en las cuentas que no pudo aprobar en otoño. Con alguna novedad, que puede ser indicio de los nuevos tiempos que se avecinan: una regla fiscal que gravaba a las rentas altas ha desparecido del documento, según avanzaba el semanario ‘Expresso’. El cambio supondrá un descenso estimado de 10 millones de euros en los ingresos anuales previstos, a cuenta de la forma de tributar las plusvalías de los activos mobiliarios. El PS justifica retrasar su aplicación, que va en contra de lo negociado el año pasado con los socios menores de la geringonça, porque de entrar en vigor inmediatamente tendría carácter retroactivo, y eso suscita dudas sobre su legalidad.
Al margen del alcance real de la maniobra, se trata de un guiño al poder económico, donde abundan las voces satisfechas por la mayoría absoluta socialista. Por ejemplo, la del presidente del banco BPI (hoy propiedad del español CaixaBank) João Pedro Oliveira e Costa, satisfecho con el horizonte de estabilidad. “Se reducen los factores de incertidumbre para el futuro y se da más responsabilidad a quien gobierna”, declaró.
Salvar los muebles a la izquierda
El Bloco de Esquerda, nacido hace 23 años como amalgama de antiguas formaciones de izquierda revolucionaria, a caballo del ímpetu de los movimientos sociales juveniles de final de siglo, no tenía resultados electorales tan negativos desde 2002. Pese a las manifestaciones de figuras de peso de la izquierda, como el sociólogo Boaventura de Sousa Santos, que ha reclamado la dimisión de la coordinara del espacio, Catarina Martins, la dirigencia del grupo ha señalado que no precipitará un cambio antes de lo que marque el calendario orgánico, que apunta a 2023. “Ante la mayoría absoluta, el Bloco hará una oposición de fiscalización absoluta”, avanza la resolución política de la mesa nacional del BE, reunida tras las elecciones. La resistencia también pasa por mostrarse beligerantes ante el auge de la nueva derecha, tanto la “abiertamente racista” de Chega, como la que representa Iniciativa Liberal, una especie de espejo del Bloco en la derecha, que ha cautivado a electores jóvenes, sobre todo en Oporto y Lisboa, que aboga por las privatizaciones y es “hostil al Estado Social”.
La derecha no consiguió, en ese sentido, reunir el voto en torno al PSD. El perfil de Rui Rio, candidato del principal partido de la oposición, no es el de un ‘duro’. Los sectores más reaccionarios le afearon su decisión de dar carta blanca al gobierno de Costa durante los primeros embates de la crisis del coronavirus, apoyando sin reservas todas las medidas sanitarias. Eso y su disposición a un pacto con los socialistas, en caso de victoria de estos en minoría, alejaron al electorado más radicalizado. No obstante, la gran subida de Chega, que pasa de un diputado a 12, es menor de la que las encuestas señalaban hace un año, y se quedó en el 7% de los votos. La reforzada presencia parlamentaria servirá de altavoz al partido del abogado André Ventura, y si este dice querer lanzarse a por Antonio Costa, es con el Bloco con quien puede esperar un combate diario, a tenor de lo expresado la misma noche electoral por Catarina Martins: “Cada diputado racista electo en el parlamento portugués es un diputado racista de más, y aquí estaremos para combatirlos todos los días”.
Otro de los vectores de esta estrategia será la cuestión ambiental, que el Bloco pretende recoger tras la desaparición parlamentaria de Los Verdes, partido que concurría a las elecciones en coalición con el PCP y que se ha quedado sin escaños en el reparto. El partido animalista PAN, que había tratado de hacer bandera de la ecología, tan solo ha retenido un asiento, por lo que su fortaleza se ve también comprometida. Vuelve al parlamento, por otra parte, Livre, escisión a su vez del BE, gracias a los votos cosechados en Lisboa, y que propugnaba un mayor entendimiento con los socialistas.
En el PCP, el veterano dirigente Jerónimo de Sousa, que en 2022 cumple 75 años, no arroja la toalla y está dispuesto a seguir al frente del partido. “Es difícil darle la espalda a la lucha”, ha dicho. El PCP es un partido comunista tradicional, con fuerte arraigo sindical y cuadros militantes, cuya progresiva pérdida de apoyos se debe en parte al envejecimiento de su base, muy ligada a las luchas contra la dictadura. Es previsible, ahora que solo suma cinco diputados, que vuelva a centrar sus esfuerzos en la movilización en las calles a través de sus vínculos con la CGTP, el principal sindicato del país, que cuenta con más de medio millón de miembros. Esto servirá de contrapeso a un PS que sabe que buena parte de su mayoría absoluta está cimentada en los votos prestados por su izquierda. “Mayoría absoluta no significa poder absoluto”, quiso tranquilizar Costa al conocerse el alcance de su victoria. Los comunistas no se fían, con De Sousa clamando contra los “fuegos artificiales” con los que “los señores del dinero” han saludado el resultado electoral, en referencia a la patronal y la banca.
El papel del presidente de la República
Si el PS tiene hoy mayoría absoluta, es responsabilidad indirecta del presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa. El sistema constitucional portugués le otorgaba la facultad de disolver la asamblea legislativa, pero no lo obligaba. Sin embargo, en vista de que las negociaciones presupuestarias no avanzaban el año pasado, lanzó un órdago: o se aprobaban las cuentas o habría elecciones. Esto añadió más presión sobre los partidos y enrocó las posiciones, más que desengrasarlas. Antiguo líder del PSD, la izquierda vio este movimiento de Rebelo como un intento de acabar de enterrar a la geringonça, ya maltrecha desde el inicio de legislatura. Los socialistas se habían negado entonces a firmar un pacto para garantizar la estabilidad de la legislatura, como se había hecho en 2015. Al presidente también le ha sorprendido la mayoría absoluta, pero no se espera una gran beligerancia, al menos en este primer año, con el Ejecutivo de Antonio Costa, con quien ha mantenido una relación bastante fluida.